Tomó el lápiz con lentitud y firmó su divorcio, después de que su esposa lo hiciera con prontitud. Se sentía extraño. Se retiró sin despedirse, sin decir palabras. Caminó durante horas sin dirección y recordó sus casi 20 años de matrimonio. Muchas imágenes venían a su mente. Recuerdos alegres y tristes de la vida que pasaron juntos, de la vida que compartieron, de los hijos que tuvieron. Se preguntaba cómo llegaron a distanciarse tanto y cómo decidieron no seguir amándose. Recordó el día de su matrimonio, cuando prometieron amarse hasta la muerte, y en ese momento se sintió tremendamente frustrado.
“El amor nunca deja de ser…”
(1ª Corintios 13: 8)