El médico le señaló que los resultados estarían en una semana. Se preguntaba quién se haría cargo de sus hijos, quién los consolaría. Intentaba orar, pero no podía, y se cuestionaba si en verdad tenía fe. Pensó que no podía seguir afligiéndose. Hacerlo no cambiaría las cosas. Miró el cielo por una ventana y clamó con angustia por vida y salud. Su mirada se fijó largamente en el cielo. De pronto recordó la mirada de su perro en espera de pan y sonrió, ella era un perrito que miraba a Dios, que rogaba con fe, que Dios cuidara sus hijos.
“Jehová es mi pastor; nada me faltará.”
(Salmo 23: 1).